Joseba Eceolaza - affna36 - Miembro de Batzarre
El ejercicio de la memoria no es siempre un viaje agradable
a las entrañas de nuestro pasado. Nadie dijo que ese caminar iba a ser cómodo,
porque nuestro pasado fue como fue y en él hay cosas que nos recuerdan la
degeneración humana cuando se trata de una guerra o de terminar con un
contrincante político. Lo decía Gregorio Armañanzas, psiquiatra, en un
documental de affna36; cuando las víctimas expresen su dolor va a doler a los
victimarios pero eso es parte del proceso.
Lo que se ha dicho en torno a la medalla de oro viene a dejar en evidencia
la gestión desastrosa del pasado que se ha hecho en nuestra tierra.
Rascar en nuestros recuerdos resulta muchas veces
sobrecogedor porque, si esa mirada es honesta, suelen caerse no pocos mitos. El
ser humano, precisamente por su delicadeza, necesita la memoria como esencia de
haber sido y la posibilidad de seguir siendo en el recuerdo propio y en el de
los demás. Para los que vienen esa es una herencia difícil de gestionar.
El problema de nuestra sociedad entonces, no es tanto la
memoria familiar o privada que se ha transmitido, sino la ausencia de una
memoria colectiva que mire sin miedo y con honestidad a un pasado del que
probablemente la mayoría no nos sintamos orgullosos. Aprender a frustrarnos con
el pasado es por eso una necesidad vital, si no queremos caer en un
revisionismo histórico injusto. La seriedad moral del recuerdo supone mirar a
las acciones de otros, y en otros tiempos, con la mejor de las distancias
posibles y desde la responsabilidad hacia el pasado familiar y colectivo.
Muchos de nosotros, la tercera generación, hemos tenido que
afrontar con vértigo la pregunta “¿y tú, abuelo, dónde estabas en el 36?”. A
esta pregunta se han tenido que enfrentar muchos alemanes también. La
diferencia no es tanto la actitud privada que uno mantiene ante la respuesta
sino la que mantienen tanto las instituciones, los medios de comunicación, como
la sociedad.
El contexto en esto de la medalla de oro es importante.
Partimos de una Navarra donde el universo republicano fue literalmente
masacrado sin posibilidad de defensa, en muy pocos días y de la forma más cruel
e inhumana. A las cosas de la guerra, además, le sucedió una dictadura atroz y
una democracia olvidadiza. Los familiares de los fusilados, por ello, viven
sumidos en un relato del agravio tras tantos años de insensibilidad social e
institucional.
Está claro que el franquismo fue, desgraciadamente, un
periodo muy largo. Y en esa época había que seguir viviendo y construyendo
proyectos vitales. Por ello el problema no es tanto que alguien se enriqueciera
o hiciera negocios en el franquismo, sino con el franquismo. Y este matiz no es
sólo una cuestión de preposiciones, es una foto fija que describe a quienes se
jugaron la vida por la libertad y a quienes vivieron todos esos años
cómodamente.
El problema es que cuando se premia a alguien no se puede
arrinconar las sombras y destacar las luces, eso es hacer trampa. Es mejor
tratar con naturalidad las contradicciones de un hombre (en una época
contradictoria también) y no elevarlo a los altares
Llevo ya bastantes años en Batzarre, un colectivo que hunde
sus raíces en el mejor municipalismo, por ello estoy rodeado de muchos que
tienen muy buena impresión del último Urmeneta. El problema es que cuando se
premia a alguien no se puede arrinconar las sombras y destacar las luces, eso
es hacer trampa. Es mejor tratar con naturalidad las contradicciones de un
hombre (en una época contradictoria también) y no elevarlo a los altares.
Tratar con normalidad esas contradicciones, en realidad, es
hacerle el mejor favor, porque así tratamos de humanizarlo, y porque así
también ponemos en valor sus aciertos, al ganar autoridad para ello. No podemos
aplaudir que tuviera una mirada moderna de la ciudad sin decir que fue parte de
lo peor de la Navarra del 36, no podemos destacar su contribución social sin
recordar también que fue premiado por ese primer franquismo, en fin, no podemos
subrayar su papel a favor del euskara sin hablar también de que el ejército
nazi le concedió una medalla por su papel en la división azul. Difícil entonces
conjugar bien la vida de un hombre que ha sido premiado por el fascismo de
Franco, el nazismo de los 6 millones de judíos y la democracia particular de
UPN.
Que fueran empresarios de éxito, o tuvieran una actitud
impulsora del tejido económico no les convierte en ciudadanos ejemplares. Una
cosa no se puede desligar de la otra, como si los seres humanos eligiéramos
todo el rato qué parte de la cara queremos que nos fotografíen.
El tratamiento del pasado, por eso, debe ser realizado sin
miedo, sin querer salvar los recuerdos particulares que cada uno de nosotros
tenemos de una persona y mucho menos debe basarse en una defensa tribal de “uno
de los nuestros” como también ha hecho buena parte del nacionalismo vasco. Que
Urmeneta no sea comparable a Huarte, Eusa y otros no quiere decir que fuera
merecedor de la medalla de oro. En este caso además las familias de los dos
premiados perdieron una oportunidad de oro para tejer un discurso que conectara
con la memoria del dolor republicano, una pena dejar escapar ese tren.
Como he comentado, en Alemania muchos nietos o hijos han
tenido que mirar atrás críticamente para poder gestionar una pesada carga
familiar. Katrin Himmler dice sobre esto que “los descendientes de los
criminales de guerra nazi parecen estar atrapados entre dos extremos, la
mayoría decide romper completamente con sus padres, para poder vivir sus vidas,
para que la historia no los destruya. O se inclinan por la lealtad y el amor
incondicional, y se olvidan de todas las cosas negativas".
La memoria, el recuerdo, los miedos individuales y
colectivos, el legado, la participación en asesinatos, la herencia del ser…
todo este tipo de cosas son áreas muy delicadas de nuestra psicología, por eso
sorprende la trivialidad con la que ha sido tratada por las elites políticas de
Navarra y por algún socio inesperado. Este debate no se puede reducir a una
batalla entre la izquierda o la derecha, porque principalmente se trata de un
debate entre una memoria rosa y sin problematizar, o una visión crítica del
pasado que trata de bucear también entre lo que no nos gusta, como única forma
en realidad de construir un buen futuro y de quitarnos el baldón de la guerra
civil que todavía (aunque algunos se tapen los ojos), arrastramos.
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